De colina en colina por los miradores más desconocidos de Barcelona
La Creueta del Coll, el Carmel y la Rovira ofrecen vistas 360º de la capital catalana y, sin embargo, permanecen casi en el olvido
A un lado, la Barcelona oficial: el mar, Ciutat Vella, el trazado del Eixample, las siluetas de la Sagrada Familia y la Torre Agbar… Al otro lado, la ciudad extraoficial: los valles de Sant Genís y Montbau, el oasis rural de la Clota, las cuestas del Carmel, la Ronda de Dalt… Tres colinas de la capital catalana, situadas en medio de la trama urbana, ofrecen discretamente espectaculares panorámicas de 360º y un elocuente resumen visual de la historia de la ciudad. Sin embargo, no forman parte del imaginario colectivo, ni para los barceloneses (con excepciones) ni para los visitantes (¡por suerte!).
Por ello, una visita a la Creueta del Coll, el Carmel y la Rovira es un magnífico plan para los que no hayan abandonado la ciudad condal este agosto y le tengan poco apego a la masificación playera. Apto para grupos de amigos, parejitas y familias con niños. Con posibilidad de picnic y piscina vespertina. Un plan de fácil improvisación, saludable… ¡y barato, que no es poco! El plato fuerte, el Turó de la Rovira, conviene dejarlo para el final, por su riqueza patrimonial y porque gana enteros si se complementa con una memorable puesta de sol.
La excursión tiene ahora un especial interés, además, porque las tres colinas se convertirán a medio plazo en el Parc dels Tres Turons. Aunque todavía quedan años para su inauguración –el plan progresa con extrema lentitud–, antes que los invadan las obras y la ortodoxia del paisaje institucionalizado, los indígenas barceloneses deberían aventurarse a conocerlos en su actual estado, asilvestrado y auténtico, para juzgar con criterio su transformación.
El Coll: bosque, desarrollismo y laguna veraniega
El punto de inicio propuesto es la parada de metro El Coll –La Teixonera (L5). Nos adentraremos a la colina-parque de la Creueta del Coll desde su ladera forestal, la que da a Collserola, a través de la calle Morató. A los pocos metros, un desvío a la izquierda permite subir hacia la cima a través de una continuación sin placa de la calle Morató, que ostenta una docena larga de casas particulares autoconstruidas durante el desarrollismo. Puede que sus vecinos, dicharacheros y atareados con los huertos de los patios traseros, se presten a explicarles por qué escalera se llega más rápido al mirador, cómo ha cambiado el vecindario o qué mes es el más adecuado para trasplantar geranios.
En la cima aguardan un puñado de pinos, higos chumbos, una cruz roja de metal y una vista sorpresa: un plano cenital del parque de la Creueta del Coll, con su estanque sinuoso y la célebre escultura de Eduardo Chillida Elogio del agua. A la derecha aparece un sendero señalizado por una barandilla de madera, que recorre la cornisa del boquete semicircular que dejó la antigua cantera. En efecto, estamos visitando un terreno extractivo, que proveyó de piedra para cemento a la ciudad hasta principios de los 70.
La ruta de bajada tiene un camino alternativo de tierra, por el Pasaje de Manlleu, más ancho y adecuado para niños que la cornisa. Al llegar a la entrada del parque costará rechazar un pequeño descanso bajo las palmeras, en el chiringuito o incluso un chapuzón rápido en la piscina, con tarifa súper reducida de 18 a 20:30 horas (1,5 euros).
El Carmel: sólo para aventureros
La ruta de miradores sigue por la colina vecina, el Carmel. La más desconocida y la menos cuidada de las tres, ofrece buenas vistas y malos accesos. El menos malo es a través de la calle de los Santuarios, que circunvala la montaña y recorre la collada del Portell. A medio camino el explorador topará con el Santuario de la Mare de Déu del Coll, uno de los que da nombre a la vía, con campanario y cuerpo central románicos, del siglo XI.
La calle Marsans i Rof, con forma de S y sin asfaltar –sí, quedan calles sin asfaltar en la Barcelona de 2013– sube desde Santuarios hasta media ladera y la forman otra sucesión de viviendas nacidas de la autoconstrucción. Aunque al visitante pueda parecerle un rincón un tanto pintoresco –por los palomares, las sillas ante la puerta, las parras de uva…–, el envejecimiento poblacional, la afectación urbanística que pesa sobre el terreno y la precaria accesibilidad tienen bastante en jaque a sus moradores.
La calle termina con un descampado triangular, que hace las veces de aparcamiento. Tras los coches hay un camino estrecho que sube a la cima, bastante calva, donde todavía es muy evidente la ceniza del incendio que sufrió este mes de julio. Tres piedras con grafitos de colores marcan el 'mirador': una panorámica de la ciudad con el Park Güell y el Eixample en primer plano. Las vistas son realmente buenas y escasean los visitantes. Para bajar, lo menos peligroso es deshacer el mismo camino.
La Rovira: un tesoro recién redescubierto
Para acceder al último –y mejor– mirador de esta ruta, hay que seguir el trazado de las calles Gran Vista, del Panorama y Marià Lavèrnia. De camino pueden echar una ojeada al moderno santuario de la Mare de Déu del Mont-Carmel, que este año cumple medio siglo. También pueden, además, picar alguna mora de las que crecen a su vera y admirar el enorme tiburón con sus escamas de billetes de cien euros, obra del grafitero Blu –a petición del CCCB en 2009– y que ya empieza a requerir una restauración de color.
La Rovira es 'la' colina de Barcelona. Aunque la ciudad se fundara sobre el monte Tàber, hoy se explica y se descubre desde el Guinardó. La cima ha sido ligeramente museizada por el MUHBA y permite reseguir el rastro de las baterías antiaéreas de la Guerra Civil y del barrio de barracas que las ocupó luego, conocido como Los Cañones. Paneles informativos relatan las vicisitudes de sus habitantes, cómo se construyó y cómo fue desmantelado a principios de los noventa. La forma de las diminutas viviendas ha sobrevivido gracias a un delicado mosaico de baldosas de colores, ladrillos y escaleritas de cemento, que sufren la llegada del incivismo y la poca vigilancia del lugar.
Cada vez más barceloneses y turistas –y Erasmus, muchos Erasmus– acuden a charlar, escuchar música, hacerse fotos o tomar algo durante la puesta de sol. En verano está especialmente animado y los fines de semana la concurrencia no se disipa hasta entrada la madrugada. No en vano, la reconquista de la Rovira la empezaron los vecinos, que exigían la limpieza y adecuación del espacio. Empezaron ellos mismos, con ayuda de campos de voluntariado internacionales, hasta que en 2011 llegó la inversión municipal. Queda pendiente una segunda fase de restauración, que ha quedado in albis con el cambio de mandato.
El fin de la ruta se adapta a los planes de cada cuál. Los que deseen pasear más, pueden empalmar con el Park Güell, que tiene una entrada nada turística en el cruce de Gran Vista con Santuarios. Frente a ese acceso está el bar de tapas Las Delicias, inmortalizado por Juan Marsé en Últimas tardes con Teresa, que saciará a quienes tanto andar les haya abierto el apetito. Para los exhaustos, varios autobuses tienen parada en los alrededores de la colina y las paradas de metro Alfons X (L4) y El Carmel (L5) quedan a un cuarto de hora bajando a pie.
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